Los problemas de Trump

El nuevo presidente –de los Estados Unidos- hereda situaciones que, según ha prometido, solo él puede resolver

Internacionales 12/11/2016 Ian Bremmer *
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(ElPais.com.es – Madrid – New York – por Ian Bremmer *)  Ya está. Donald Trump va camino de convertirse, al menos sobre el papel, en la persona más poderosa del mundo. El asunto preocupa a mucha gente, tanto dentro como fuera del país. No es ningún secreto que la larga lista de retos que esperan al nuevo presidente es formidable. Se mire como se mire, Trump va a ser la persona menos popular jamás elegida para la presidencia. En vez de intentar llegar a los estadounidenses que sienten una aversión visceral por él, lo apostó todo al voto de los blancos excluidos que empezaron procurándole la candidatura republicana y que no han cejado en su apoyo hasta llevarle a la Casa Blanca. Durante los próximos cuatro años Trump sufrirá el acoso de quienes consideran su presencia en el Despacho Oval una abominación para lo que ellos piensan que EE UU –los Estados Unidos- representa. A decir verdad, Hillary Clinton se habría encontrado con un electorado igualmente dividido y exaltado, quizá sin un Congreso afín respaldándola.

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Pero la predecible Clinton habría sido una fuerza estabilizadora en la escena mundial. Trump es todo menos predecible, lo cual tiene en vilo a los aliados. El presidente electo ha prometido revocar los compromisos en materia de seguridad, ha cuestionado abierta y encarnizadamente la pertenencia de su país a la OTAN –la Organización del Tratado del Atlántico Norte- y ha hecho del proteccionismo comercial la columna vertebral de su discurso a los estadounidenses durante la campaña. Es difícil separar lo auténtico de la fanfarronada, pero si consigue poner en práctica siquiera una cuarta parte de las cosas que ha insinuado a lo largo de los últimos 18 meses, podríamos estar ante el cambio en la política mundial de mayores proporciones desde la caída de la URSS –la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas-. Y eso sin entrar en la proscripción de los musulmanes o la construcción de muros, que, inevitablemente, provocarán reacciones del extranjero.

Lo cierto es que la influencia internacional de EE UU ya estaba en declive antes de que el magnate llegase a la escena política. En Oriente Próximo, Arabia Saudí e Irán se está librando una guerra subsidiaria que alimenta el conflicto en numerosos países. Los enfrentamientos bélicos persisten en Irak, Siria y Yemen. No está claro qué diferencia supondría para esta región un presidente u otro, lo cual, dependiendo de la opinión que se tenga del presidente electo, puede ser bueno o malo.

Europa, el aliado más duradero y afín a EE UU, se encuentra dividida y debilitada. La tragedia del Brexit no ha hecho más que empezar. En estos momentos el populismo está en alza en ambas orillas del Atlántico y tenemos por delante elecciones complicadas en Italia, Francia y Alemania a lo largo del año próximo. La crisis de los emigrantes sigue sin resolverse. No hay acuerdo con respecto a la mejor manera de manejar las relaciones cada vez más complejas con Rusia y Turquía. Washington es prácticamente irrelevante en lo que respecta a estos desafíos.

Gran parte de Asia se encuentra bajo la larga sombra de China. Antes de las elecciones, los países asiáticos habían adoptado la decisión estratégica de unirse al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) como una manera de equilibrar la balanza frente a Pekín. Las trabas del Congreso estadounidense al acuerdo les hicieron reconsiderarlo. La elección de Trump solo conseguirá que Pekín les parezca una superpotencia económica más sensata y estable a la que enganchar los vagones de su economía.

Y luego está Rusia. Vladímir Putin se ha pasado los últimos 18 meses intentando socavar el poder y la influencia estadounidenses a cada paso de este ciclo electoral. Su objetivo no ha sido en ningún momento robar abiertamente las elecciones, sino debilitar la idea del excepcionalismo estadounidense que, en su opinión, EE UU ha desdeñado. Para muchos, Putin se ha salido con la suya, y con creces. Pero la buena noticia es que, a corto plazo, el presidente Trump contribuirá a estabilizar las relaciones con Rusia al hacerlas, como mínimo, menos abiertamente hostiles.

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Al fin y al cabo, los mayores problemas a los que se enfrentará Trump cuando asuma la presidencia no son obra suya. El ambiente político en Washington no ha hecho más que volverse más tóxico a lo largo de los últimos ocho años, y las limitaciones del poderío estadounidense, más evidentes. Trump ha llegado al poder poniendo de relieve estos problemas y proclamando que solo él es capaz de resolverlos. Esperemos que sí, porque ahora son sus problemas.

 

(*) Ian Bremmer es presidente de Eurasia Group.

 

Traducción de News Clips.

 

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