Ute Lemper y el útero que parió la bestia

Una mirada diferente, desde la cultura, de la República de Weimar

cultura 09/12/2016 Nueevos Papeles - Daniel Muchnik *
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(Nuevospapeles.com – CABA – por Daniel Muchnik)  El sábado 3 de diciembre la cantante y bailarina Ute Lemper, nacida alemana, bella mujer que se expresa en inglés, en francés, en su idioma natal y en idish, casada con un músico que la acompañó largos años (con quien vive en Nueva York) se adueñó de la sala pública de la Ballena Azul, en el centro de Buenos Aires. Y se fue glorificada una vez más.

Ute fue la primera o unas de las primeras que rescató definitivamente del olvido la música y la operística subterránea que se cantaba en la República de Weimar entre 1918-1933. Grabó discos, recorrió el mundo, se abrazó artísticamente a los grandes músicos de aquellos tiempos donde se mezcló la tristeza y la esperanza, el desenfado, los grandes bailes, el champagne, la homosexualidad y, por sobre todo, el mejor punto de encuentro: el cabaret, para olvidar las penas.

Quizás el preferido fue Kurt Weill. Porque en aquellos años emergió Kurt Weill (1900-1950), músico prodigioso, creador y arreglador para el teatro de Bertold Brecht, Hollander, y muchos más.

Toda la inmensa producción de esos genios fue prohibida por los nazis en el poder en 1933, los que la calificaron de “música degenerada”.

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Kurt Weill sobresalió sobre otros. Tenía una gran capacidad para dar sentido y dirección a la interpretación teatral, y alimentó las fiestas de cabaret donde nunca hubo límites entre lo respetable y lo desbordado. En 1933, cuando los nazis empezaron a reinar, logró huir junto con su mujer, la actriz y cantante Lotte Lenya y se refugió en París donde siguió produciendo en ese idioma como si hubiera nacido en Francia. Pero ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, consiguió los permisos para radicarse en 1936 en los Estados Unidos donde demostró su inmenso talento para la música instrumental y el teatro musical. Ya había demostrado su sensibilidad y perspicacia dándole grandeza a los dramas sociales en “La ópera de los Tres Centavos” y en “Grandeza y decadencia de la ciudad de Mahagonny”, todas de Brecht. En Estados Unidos estrenó “Johnny Johnson”, basada en la novela de “El buen soldado Schweik”. Colaboró con Hollywood, compuso musicales, tuvo un éxito monumental con la canción “Canción de Septiembre”. Lo más interesante de Weill en su corta vida fue su capacidad de adaptación y sensibilidad en cada país donde se radicó.

Otros músicos “subterráneos”, protagonistas de aquella “Música Degenerada” lograron salvarse y trascender en otros sitios. Varios fueron radiados, marginados socialmente, siempre pendiente que los llevaran a los campos de concentración.

El impacto de las canciones de Weimar nos remonta a aquel período negro de comienzos del siglo XX, nos hace escuchar y presenciar las consecuencias del cataclismo de una guerra, perdida por los alemanes, obligados a pagar fuertes compensaciones de guerra con un esfuerzo colosal por parte de la población que ya padecía hambre en los dos últimos años de las batallas.

Pese a todo, pese todas las peripecias humanas, entre 1918 y 1933, tiempos de Weimar, Berlín se convirtió en un centro pujante de cultura desplazando a Paris de su centro ganado por siglos. Sobresalieron músicos, poetas, grandes escritores que contaron todo, que vieron todo, como Joseph Roth, Franz Hessel, Alfred Doblin, Thomas Mann y el inglés Christopher Isherwood. Cada uno de ellos transitó su propia historia. Roth que era austríaco, bohemio y alcohólico, dependiente de los préstamos que le ofrecía afectuosamente (hasta que, cansado, dejó de hacerlo) Stefan Zweig describió a los mutilados, a las calles concurridas, a los bares. Aunaba la escritura con el periodismo, pero todo centavo se le iba de las manos. Eso sí, nadie como el para explicar las derivaciones de la caída del Imperio Austro-Húngaro al desintegrarse. Alfred Doblin fue un médico psiquíatra de origen judío-polaco que mostró como ninguno los años 20 de creación y al mismo tiempo zozobra en su libro “Berlín Alexanderplatz”.

Hubo poetas y poetisas admirables que no se pueden abarcar en esta nota.

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Stefan Zweig, en El mundo de ayer no se refiere específicamente a Berlín sino a Viena, pero no deja de describir como la Primera Guerra extingue costumbres y modos de vida que se fueron para siempre. Zweig, un pacifista, recuerda en su libro a su ya cansado padre de 47 años, buen burgués vienés, amigo de Brahms, con un reloj cruzado en el chaleco que exigía silencio absoluto en la casa. Un edificio que presenció encuentros de grandes autores y músicos y escultores. Con 47 años ya era viejos. La expectativa de vida no superaba los 50 años (vale la pena recordar la escena en la que el Príncipe de “El Gatopardo”, en la película de Visconti, se mira en el espejo, casi al final del baile de gala y comienza a llorar porque se siente que se aproxima el final, la muerte, cuando él tiene, tan solo, 47 años).

La historia política de la República de Weimar que dirigió Alemania tras el conflicto armado se resume en tres grandes períodos, con dos momentos de crisis que gestaron unos breves cinco años de relativa estabilidad. De 1918 a 1923 estuvo presidida por una coalición de centro izquierda donde los nazis los acusaron de traidores, de clavarle con un puñal las espaldas al pueblo alemán y fueron responsables de varios asesinatos, Luego, por dos o tres años Weimar fue tomada por el centro derecha Entre 1930 y 1933 la derecha autoritaria se hizo del poder. El país presenciaba en las calles las peleas de los comunistas contra los nazis. Mas los equívocos fatales de los comunistas que de algún modo forjaron una alianza subterránea con los nazis para boicotear a los social-demócratas en 1931.

Todo intento de gobernar en coalición terminó en fracaso. La primera fase, la que abarca de 1918 a 1923 dejó huellas profundas. Se establecía, a través de la Constitución, un sistema político claramente democrático, con sufragio universal y libre, reparto proporcional de los escaños en el Parlamento más libertades políticas fundamentales. Fijaba también derechos sociales. Socios de los socialdemócratas en ese período fueron el Partido Democrático Alemán (DDP) y el partido del centro católico. Esos tres partidos constituyeron el bastión, la Coalición de Weimar que controló el gobierno durante varios años.

El de los social-demócratas fue el de mayor compromiso con la democracia liberal, que comprendió el movimiento de masas que alumbró entre 1918 y 1919 a la República. En sus orígenes había sido el partido de los “trabajadores del metal”, de los obreros del carbón y del acero. El Partido Democrático (DDP), de orientación liberal progresista contaba en sus bases con profesionales de clase media y además con el apoyo de la comunidad judía. Buscaban –será su pregón– “el justo medio”, un equilibrio entre la política y la sociedad, alejados de todos los extremismos. Para ellos “el derecho formaba parte de la cultura alemana”, solicitaban la creación de una milicia nacional en reemplazo del Ejército autoritario y se debía estrechar lazos con las minorías en Alemania y con los alemanes en el exterior.

El Centro de la Política quedó para los católicos. Durante la República se expresaron con el nombramiento de los suyos en varios ministerios. Aseguraban estar por encima de la división de las clases sociales.

Pero este andamiaje que luego empezó a naufragar por la desaforada crisis económica fue cercado también por la izquierda más izquierda. Los comunistas y otros de posiciones más extremas proclamaban un sistema político y social dirigido por la clase trabajadora o por los partidos que se definían como representantes de la misión histórica de la clase obrera. Durante la primera fase de la República, los comunistas participaron de alzamientos armados contra el Estado. Se concretaron en enero de 1919 aplastado por los militares por pedido del gobierno, en marzo de 1921 y en octubre de 1923. Todos fracasaron, los comunistas no dudaron en abrazarse a la agitación social y convertir las protestas en una huelga general contra la república, pero en este punto también fracasaron.

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De todas maneras, la verdadera amenaza para la Coalición de Weimar y para la propia existencia de la República fue la derecha, no la izquierda. Esa derecha la integraban empresarios fatigados por las protestas, la burocracia estatal, el Ejército, las universidades y las confesiones religiosas. Para demostrar que existían disponían de un ejército de patoteros y pendencieros que transitaban las calles pegando, persiguiendo y acorralando. En primer término, esa derecha se expresó en el Partido Nacional Popular (DNVP) y el Partido Popular Alemán (DVP), los que nunca apoyaron a Weimar, salvo fugazmente.

Esta derecha se amplió con los soldados resentidos ante la derrota que pasaron a formar parte de agrupaciones extremistas. Ese fue el útero que parió la bestia, como diría Bertold Brecht. Ellos fueron la semilla del nazismo. Faltaba el jefe máximo, indiscutible, el Führer que los guiara al triunfo. Para ellos Alemania no había sido derrotada en los campos de batalla sino traicionada por los judíos y socialistas alemanes que firmaron la paz con los aliados.

Con los años los nazis no fueron todos iguales. Las SA, que dirigía Rohm, invocaban un cierto socialismo. Eran el terror en las calles y fueron un entorpecimiento cuando Hitler tomó el poder en elecciones libres y democráticas. Los empresarios exigieron a Hitler que terminara con los discípulos de Rohm y así lo hizo en la Noche de los Cuchillos Largos, el 30 de junio de 1934, aunque siguió hasta el 2 de julio. Murieron miles de oponentes a los caprichos y negociaciones de Hitler.

Escuchar a Ute Lemper lleva inexorable el recuerdo melancólico de una república perdida. Teníamos que volver a aquel pasado lleno de tensiones, desgracias y asesinatos masivos. Historia que nunca será olvidada.

 

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