Un rincón de Montevideo que recuerda a los jóvenes rugbiers, a 50 años de la tragedia

Para mantener la memoria de los 16 sobrevivientes y los 29 fallecidos en la cordillera y su historia de superación y solidaridad, Jörg Thomsen montó en la Ciudad Vieja de la capital uruguaya un espacio con objetos rescatados de los Andes o donados por las familias

Tragedia de los Andes; a Medio Siglo 13/10/2022 Télam - com - Montevideo - por Eva Marabotto
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(www.Telam.com.ar – Montevideo – Por Eva Marabotto)

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Aunque el accidente del avión de la Fuerza Aérea Uruguaya que llevaba a un equipo de rugbiers y sus familiares ocurrió en la lejana frontera entre Argentina y Chile, y a 4.400 metros de altura, sobre la Cordillera de los Andes, hay un espacio en el corazón de Montevideo que, a cincuenta años de la tragedia, recuerda esa historia de superación y solidaridad.

El impulsor de ese homenaje es Jörg Thomsen, un uruguayo de ascendencia alemana, que trabaja en una empresa internacional de aislamiento acústico. “Viajaba a distintos países a ofrecer los productos y tenía que explicarles qué era Uruguay y dónde quedaba. Hasta que descubrí que la tragedia de los Andes era un modo de presentación porque era conocida en todas partes. Así que empecé a regalar ejemplares del libro '¡Viven!' que felizmente está traducido a los más diversos idiomas”, relata.

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El hombre tiene también muy claras las razones por las cuales eligió esa historia para identificarse y no un mate, una pamplona o una imágen sonriente de Luis Suárez. “Creo que los valores que transmite nos identifican a los uruguayos. La capacidad de supervivencia, de fijarse un objetivo y alcanzarlo, las actitudes altruistas y la solidaridad entre compañeros”, apunta.

Para recordar a los 16 sobrevivientes y a los 29 fallecidos, Thomsen comenzó armando una muestra itinerante con objetos rescatados de los Andes o donados por sobrevivientes y familiares de las víctimas. Se llamó “Uruguayos tenían que ser” y se presentó en la galería El Tajamar de Carrasco, el Hotel Conrad de Punta del Este y el complejo Solanas. Todas fueron en 2012 cuando se cumplieron cuarenta años de la tragedia y en ningún lugar del Uruguay se recordaba la tragedia.

Pero la convocatoria de la muestra fue mucho menor a la esperada y el impulsor de la iniciativa decidió transformarla en una exposición permanente y establecerla en un lugar: un edificio antiguo, ubicado a 27 metros de la Plaza Matriz, en la Ciudad Vieja, donde abrió sus puertas en 2013.

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“Buscamos un lugar cercano a la gente y por eso elegimos esta casona antigua cerca del Puerto, que tiene elementos estructurales interesantes. Contamos con una pared construida por los jesuitas que es la tercera más antigua de Montevideo. Es un festín arquitectónico que hace al lugar más atractivo para quien viene”.

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Sin embargo, lo más interesante no está en la construcción sino en los tesoros que albergan las tres plantas: objetos personales, maquetas explicativas, planos y dibujos y parte del fuselaje de la nave. Algunos fueron rescatados de la nieve en el lugar del accidente del Fairchild FH-227D, otros comprados en subastas y otros tantos donados por los sobrevivientes o los familiares de las víctimas.

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“El Museo Andes 1972 busca homenajear a los sobrevivientes, pero sobre todo a las víctimas”, explica su creador y luego recuerda: “La madre de uno de los chicos que no volvió me cedió la billetera de su hijo. Me dijo que en 45 años yo era el primero que me preocupaba por él... Hoy me llamó el hijo de un tripulante que quiere darme la billetera con billetes de Chile y Argentina de la época de su padre. Le parece que es el mejor modo de mantener su memoria viva”, adelanta, palpitando la llegada de un nuevo tesoro para la colección.

Thomsen cuenta que los visitantes del museo son de todas las edades. Algunos recuerdan la historia. Otros, la conocen por primera vez. Pero es terminante a la hora de describir los efectos de la recorrida: “Mucha gente que viene se inspira para seguir su vida, para plantearse un objetivo y conseguirlo. Nadie que transita las salas se va indiferente”.

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A la hora de mencionar objetos emblemáticos de la tragedia que guarda en las vitrinas, el creador del museo menciona las fundas de los asientos con las cuales confeccionaron manoplas y gorros para resistir las bajas temperaturas de la alta montaña la chapa de aluminio y la botella rota con la que “fabricaban agua” para beber. “Era un colector solar, en épocas en las que no había crisis del petróleo y no se conocía el concepto de energías alternativas”, destaca.

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A la hora de elegir los que más lo movilizan, menciona, los zapatos rojos que la familia Parrado había comprado para el hijo de una de las hermanas de Nando: “Cuando salieron de expedición para buscar ayuda los que se fueron se llevaron uno del par prometiendo que volvería para reunirlos”, apunta. “También el cinturón de Francisco Abal, uno de los fallecidos, que empezó a usar Roberto Canessa y tiene agregados tres agujeros que le hizo cuando empezó a bajar de peso”.

Por último, menciona una foto autografiada de la época que le mandó la enfermera Vilma Cox que atendió a los sobrevivientes más de 70 días después del accidente, cuando fueron rescatados después de que dos de ellos Nando Parrado y Roberto Canessa salieron a pedir ayuda.

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Thomsen no esquiva en su relato de la hazaña el tema que puso a la tragedia en las tapas de los medios internacionales. Lo describe como “necrofagia”: “Es un hecho natural e inevitable, dadas las circunstancias. Para sobrevivir en la montaña debieron comer de los cuerpos de sus compañeros muertos. Guardamos la carta de Gustavo Nicolich en la que le cuenta a su novia lo que iban a hacer para seguir con vida. Me la dio su madre de 96 años”. Luego insiste: “Tuvieron que hacerlo porque nosotros los abandonamos. En una radio que lograron conectar escucharon que se había suspendido la búsqueda y ellos mismos tuvieron que salir a buscar ayuda”.

Y prefiere quedarse con las escenas de resiliencia y solidaridad que surgen de los relatos de los sobrevivientes: “Solidaridad no es dar de lo que te sobra, sino lo que vos mismo necesitás. Gustavo Zerbino le dio su saco a Arturo Nogueira, aunque él también tenía mucho frío. Esa es la enseñanza”, sintetiza el hombre que dedica su vida a recordar la tragedia.

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