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Un itinerario gastronómico que indaga a las comidas en su inesperado protagonismo narrativo
Lo destacado en el Arte18/04/2025 La Insuperable Noticias - CABA - Por Silvina Belén(www.LaInsuperableNoticias.com.ar – CABA – Por Silvina Belén) La gastronomía en literatura es cosa seria, más seria de lo que ingenuamente podríamos haber supuesto cuando comenzamos a forjar nuestra experiencia como lectores. En artículos como El amigo italiano y Parecer y ser en cuarentena, por citar solamente dos de los publicados aquí mismo, en NLI, hay algunas puntas de ovillo para acceder a la madeja del sabor que atraviesa todos los géneros.
Y aprovechando la primavera del policial de la que hablábamos en La ola negra y el teatro, esa paleta creativa que revitaliza misterios e investigaciones duros y blandos, hoy propondremos el itinerario París-Kioto, tal vez modesto pero sabroso. Un viajecito desde la comida vista como remanso entre arduas pesquisas hasta los platos indagados como misterio psicológico o existencial.
El punto de partida es un clásico de clásicos: Maigret. Para el ajetreado comisario de Simenon hay pocas treguas en el curso de las investigaciones que le tocan en suerte: las bebidas espirituosas en los bares y la comida de Louise, más los vinos, en casa. Solo por excepción don Jules se entrega a la distensión propia de esos placeres en marcos distintos.
Sea como fuere, aunque las novelas de Maigret resultarían menos cálidas sin los tragos que apura de bar en bar, lo cierto es que sin la riqueza culinaria de su esposa pocas de ellas mostrarían a un protagonista redondo en su humanidad, completo de mente y carácter a paladar.
Las recetas de Louise que tanto festeja Jules son, además, catálisis narrativas imprescindibles en el desarrollo de las historias que ocupan al inefable comisario de la policía judicial parisina. La densidad de las tramas, las complejidades argumentales y los rasgos salientes del personaje, en cierta medida, reclaman el ritual doméstico, cultural, centrado en el remanso de la ofrenda gastronómica.
Simenon, claro está, sabía esto mejor que nadie. Por eso, a pesar de ser muy poco afecto a obsequiar prólogos o palabras liminares a libros a publicar por otros autores, no dudó en escribirle una carta-prefacio a Robert Courtine, el gastrónomo y creador de Las recetas de madame Maigret, para que enriqueciera la edición de ese libro en 1974.
Courtine, hombre de oscuro pasado colaboracionista pero encumbrado en su especialidad, rastreó con minuciosidad el resultado de los trajines de cocina de Louise. Fue tan profundo el rastreo que registró hasta los platos que Maigret no llegó a comerse en el almuerzo –pero que en ocasiones le tocaron recalentados para la cena-: “-No iré a almorzar. ¿Qué habías preparado? –Un haricot de cordero. / No lo lamentó, puesto que era un plato demasiado pesado para un día como aquel.”.
También le dio en su libro un espacio a las comidas que el comisario degustó fuera de casa pero que, se presume, Louise sabía preparar con análogo o superior arte. Rastreó vinos y licores, los champagnes que acompañaban los postres y aportó recetas detalladas para que los envidiosos no se privaran de disfrutar los sencillos manjares que hicieron feliz al comisario.
Así como la gastronomía es parte esencial de la caracterización de un personaje inolvidable de George Simenon, además de cumplir una función clave en el devenir narrativo de las novelas de la serie Maigret, en otro tiempo y espacio se ha convertido en objeto de investigación detectivesca orientada no ya al crimen sino más bien a indagar y explicar experiencias del sabor que marcan el alma humana.
El caso es que hace poco, en Kioto, nacieron los detectives gastronómicos. El odontólogo Hisashi Kashiwai publicó Los misterios de la taberna Tamogawa y con enormes ventas inauguró una peculiar especie dentro de la narrativa de investigación. Un antiguo detective de policía –ya viudo, devenido en chef- y su hija se encargan de restituir a su legítimo dueño las joyas de sabor perdidas.
Los potenciales clientes atesoran en su mente la placentera sensación que les producía en tiempos idos un determinado plato, pero no hallan la manera de volver a experimentar esa sensación: aun conociendo el nombre de la comida y sus ingredientes, ninguna preparación con el mismo nombre e insumos requeridos los satisface ni evoca las reminiscencias gustativas que anhelan. La única solución es encontrar la Taberna Tamogawa.
La investigación culinaria que compromete a padre e hija no es exclusivamente gastronómica, implica nada menos que ahondar en la vida afectiva del cliente, en su psicología e historia. Deben, también, lidiar con delincuentes que no infringen la ley, pero hieren a sus víctimas: la pérdida irreparable, el paso del tiempo, los cambios culturales…
En la Taberna se presentan casos que los expertos resuelven con maestría. Se toman su tiempo, pero a la víctima, siempre, la reconvierten en comensal satisfecho: el primer bocado del manjar que le ofrecen termina con años de sufrimiento e impiadosa añoranza.
No se trata, entonces, de una novela sino de una colección de relatos con un factor común. Esta característica facilitó su adaptación a la TV nipona en forma de serie de episodios unitarios, exitosa, por cierto. Los aficionados al “misterio blando” y a la cocina japonesa –e internacional incluso- estarán, sin duda, de parabienes con la ocurrencia de Kashiwai en la que, dicho sea de paso, no falta siquiera el gato dormilón.
Bien podríamos imaginar al protagonista de Réquiem, la novela de Antonio Tabucchi, peregrinando a Kioto con ansias de recuperar aquella maravillosa explosión de paladar que en la Lisboa de Fernando Pessoa le produjo un sarrabulho de fonda en su poética ensoñación. O a Jules Maigret, sake en mano, esperanzado en que el talento de los taberneros le permita reencontrarse con este o aquel sabores de la magia de Louise, seguramente extraviados entre sus muchos mediodías literarios en el Quai des Orfèvres.
BONUS JULES
Para los interesados en las bebidas que Maigret prefiere, un rastreo y las estadísticas que abarcan 74 novelas en el artículo (en inglés) de Murielle Wenger.
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