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No fue el oro el que destruyó el imperio inca, fueron los hombres sedientos de él. La codicia de un puñado de españoles convirtió templos en ruinas y pueblos en fosas
Ésto también es noticia10/08/2025 Pressenza-com-Stgo.de Chile-Mauricio Herrera Kahn*
(www.Pressenza.com – Santiago de Chile – Mauricio Herrera Kahn *) EL EXTERMINIO ESPAÑOL EN PERÚ
Los españoles no vinieron a descubrir nada, no vinieron a dialogar, no vinieron a convivir, vinieron a exterminar. No fueron exploradores, fueron asesinos con bandera. No fueron civilizadores, fueron esclavistas medievales enviados por una monarquía en ruinas. No trajeron ciencia, trajeron cadenas. No trajeron cultura, trajeron muerte.
En 1532, entró al Tahuantinsuyo Francisco Pizarro, acompañado por alrededor de 168 hombres, 27 caballos, un pequeño grupo de arcabuceros y ballesteros. Cuando entraron al Tahuantinsuyo en el actual territorio peruano vivían más de 10 millones de personas. En menos de un siglo quedaban apenas uno o dos millones, murieron más de ocho o nueve millones de seres humanos. Fue uno de los genocidios más grandes, más rápidos y más silenciados de la historia.

Murieron quechuas, aymaras, chancas, huancas, tallanes, culle, mochicas, urus, chachapoyas. Murieron hombres, mujeres, niños y sabios. Murieron por viruela, sí, pero también por tortura, por esclavitud, por hambre impuesta, por ahorcamiento, por violación. Murieron trabajando como animales en minas de oro y plata. Murieron encadenados, azotados, crucificados, arrojados por barrancos, enterrados vivos. Murieron porque eran indígenas y los españoles no los consideraban humanos.
Los españoles violaron, quemaron, colgaron, destruyeron templos, robaron ídolos, saquearon tumbas, arrasaron pueblos enteros. Quemaron códices, asesinaron sabidurías, mutilaron dioses. Impusieron su dios con el filo de la espada. Convirtieron los cuerpos en propiedad y la fe en castigo, no hubo defensa posible, no hubo tregua. Cada alianza con los españoles terminaba en traición, cada promesa traía consigo más látigos, cada misa significaba una cruz grabada a fuego.
No fue un error, fue un plan, fue un sistema, fue un exterminio. No fue obra de un hombre, fue obra de un imperio sanguinario, de soldados ignorantes, analfabetos, sucios, sin ley ni alma, que cruzaron el océano con hambre y encontraron cuerpos para destruir. Fundieron los ídolos de oro y los enviaron a Europa, pero dejaron las espadas aquí, clavadas en la memoria.

Eliminando familias enteras, borrando lenguas, silenciando cantos, aniquilando cosmovisiones, transformaron el Tahuantinsuyo en un campo de esclavos.
Mientras el oro viajaba hacia Sevilla, los muertos se apilaban en el Ande. Las encomiendas repartían indígenas como ganado, cientos de miles murieron en Potosí, en Cajamarca, en los socavones de Huancavelica. No hay templo colonial que no esté construido sobre huesos.
La historia oficial los llama “conquistadores”, nosotros los llamamos exterminadores. La historia dice que “evangelizaron”, nosotros decimos que aplastaron. No fue un encuentro de culturas, fue la eliminación brutal de una de ellas.
Los españoles lo hicieron y lo siguen haciendo, bajo otros nombres. La sangre de los pueblos originarios sigue viva, pero la deuda sigue sin pagarse. Esta columna no olvida, no perdona, acusa.
1 – ANTES DE 1500

Un mundo entero, antes del exterminio
Antes de que un solo español pusiera un pie en esta tierra, ya existía un mundo completo. No era la nada, no era el desierto, no era la barbarie. Era el Tahuantinsuyo, un imperio vasto, complejo, milenario, que unía la costa, la sierra y la selva desde el actual sur de Colombia hasta el centro de Chile. Un territorio de más de dos millones de kilómetros cuadrados, donde vivían más de diez millones de personas y ninguno de ellos necesitaba al Rey de España para vivir. Había caminos empedrados, agricultura en terrazas, canales de regadío, ingeniería hidráulica, arquitectura en piedra, observatorios solares, leyes de reciprocidad, organización comunitaria, justicia colectiva y una espiritualidad sin cruz ni infierno.
El Cusco era capital, pero no tiranía. Cada región tenía sus sabios, sus líderes, sus lenguas, sus tejidos. Desde los quechuas y aymaras en la sierra, hasta los chachapoyas en las alturas del Amazonas, pasando por los mochicas y chimúes en la costa, el Perú prehispánico era una sinfonía de culturas vivas. No eran nómades desorganizados, eran pueblos con calendario lunar, con mapas celestes, con conocimientos médicos, con tecnologías agrícolas y estructuras sociales más avanzadas que muchas ciudades europeas del siglo XV.
Los niños nacían en comunidad, los ancianos eran respetados como sabios, las mujeres tenían roles en la economía y la espiritualidad. Las cosechas se almacenaban en tambos, las decisiones se tomaban en consejos y la tierra era de todos. Nadie pasaba hambre porque la lógica era de redistribución, no de acumulación.
Los pueblos originarios del Perú no eran salvajes, eran civilizaciones con mitologías complejas, con cerámica de alto nivel, con textiles de precisión milimétrica, con santuarios sagrados como Pachacámac, Sacsayhuamán o Chavín. Sus idiomas eran múltiples: quechua, aymara, mochica, uru, culle, muchik, callahuaya, puquina. Sus dioses no pedían guerra, pedían equilibrio.
Tenían errores, sí. Tenían disputas, sí. Pero no necesitaban barcos, ni biblias, ni arcabuces para existir. Antes de 1500, el Perú no era una colonia, era un continente interior, un espacio vivo, autónomo y pleno donde se vivía con el sol, con el agua y con la montaña.
Cifras de exterminio humano – Antes de 1500
• Población estimada antes de la invasión española: más de 10 millones.
• Etnias principales: quechua, aymara, chanca, huanca, tallán, culle, mochica, uru, chachapoya, mochica–chimú, entre otras.
• Muertes directas (guerras intertribales previas y hambrunas): sin registros precisos, pero en equilibrio demográfico estable antes de 1500.
• Supervivencia al final del periodo: población intacta antes de la llegada española, estimada en más de 10 millones.
Y todo eso fue arrasado. El Perú prehispánico no necesitaba reyes extranjeros ni contratos firmados en otro idioma, pero en 1532, las velas blancas aparecieron en el horizonte y con ellas llegó el fin de un mundo. En la Parte 2, el Tahuantinsuyo conocerá su hora más oscura: el siglo del oro, la plata y la muerte que llenó barcos y vació pueblos.
(*) Mauricio Herrera Kahn, Ingeniero Civil Mecánico titulado en la Universidad Técnica del Estado (UTE) en 1975, con más de 45 años de experiencia en el sector de ingeniería y desarrollo de proyectos mineros.

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